Dejé las tragapuestas y empecé a bailar

Recuerdo esa noche: miré la rueda girando tres horas, corazón acelerado, esperando que el siguiente giro lo cambiara todo. No era suerte. Era soledad disfrazada de esperanza. Mi abuela en Brooklyn me enseñó: cuando la vida gira, no luchas… bailas. Mi PhD no me preparó para esto. En el laboratorio, analizamos comportamientos bajo estrés: alta volatilidad = mayor abandono; bajos premios = mayor retención. Pero ningún algoritmo mide lo esencial: la alegría silenciosa del movimiento. Dejé de perseguir botes. Empecé a elegir juegos que hacen cosquillas en mis pies… no por pagar más, sino por tocar música al girar. Ahora juego como mi madre bailaba en Río: espontáneo, sin disculpas, una pequeña victoria tras la medianoche, un paso de vuelta al ritmo, una pausa para respirar. El bono? No está en los carretes. Está en cómo tu alma recuerda el compás tras la pérdida.