¿Felicidad Real o Farsa Nocturna?

Solía pensar que la felicidad era una máquina que se ganaba. Me sentaba hasta la madrugada, dedos sobre el botón como una oración—no por ganar, sino por sentir algo real. En mi apartamento de Brooklyn, donde la ciudad susurra fuera de la ventana, creí que la suerte era mecánica. Pero luego… dejé de girar. Las ranuras no giraban por dinero: giraban por aliento. Por ese momento en que las luces se apagaron y tu pulso se ralentizó—cuando la bass nova sonaba lo suficiente para recordarte: no estás roto, te estás volviendo. Conocí mujeres que sonreían tras perder—no porque ganaron, sino porque bailaron igual. Una amiga me dijo: «No juego para escapar la realidad—juego para encontrarla». No necesitamos botes grandes. Necesitamos pequeños ritmos—como sorber jugo tras una larga noche en vez de perseguir fantasmas. El verdadero premio: estar presente. No girar más rápido… sino sentir más lento lo suficiente para respirar otra vez.